Para los amantes del cine negro que no sepan qué es el polar, es la reinterpretación que se hizo en Francia del noir americano. Tuvo su auge desde finales de los 50 hasta principio de los 70, época en la que el género se devaluaría y daría paso a policíacos bastante simples.
“No hay soledad más profunda que la del samurái, salvo un tigre en la selva, tal vez…”
Bushido
Así reza el rótulo al comienzo de “Le samouraï”, (en España El silencio de un hombre), obra cumbre del Jean-Pierre Melville que da título a este blog, film clave dentro del polar francés; sobreimpresa en un fotograma: un plano general de una habitación cochambrosa, escasa de muebles, con un espejo que siempre devuelve la misma mirada vacía, dos ventanas que se asoman a una calle donde pueden verse, si uno presta atención, escaleras de incendios de esas que abundan en Nueva York pero que no existen en el París en el que transcurre la película; donde hay un canario encerrado en una jaula con un cantar triste y una cama individual en la que Alain Delon, alias Jeff Costello, fuma un cigarrillo.
Jeff Costello, ese samurái sin dueño atrapado por la soledad, vende su revólver al mejor postor. Es meticuloso: Conduce coches robados, que lleva a que un mecánico clandestino cambie sus matrículas. Se agencia un revolver nuevo para cada trabajo y se deshace de él cuando termina. Elabora coartadas imposibles de desarmar por la policía. Vive sólo y tiene una relación difícil de definir con una mujer (aparentemente) casada.
Tras matar al dueño de un bar de jazz la policía lo detiene como sospechoso y lo sueltan al no poder desmontar su coartada. Pero los que le encargaron el trabajo no creen que estén seguros al haber sido detenido y éste queda atrapado entre ambos bandos.
El círculo rojo, también obra de Melville, comenzaba con un rótulo que decía algo así como que si dos personas estaban destinadas a encontrarse, siguieran el camino que siguieran terminarían haciéndolo. En El silencio de un hombre el destino también juega un papel importante: Los personajes avanzan hacia un único final posible marcado de antemano, del que parece que los personajes son conscientes desde el principio. Los pocos diálogos, contundentes, dan buena muestra de ello. Ante la pregunta de si cree que Jeff Costello es culpable, el jefe de policía responde “yo no pienso”. A la pregunta de la pianista a Jeff de por qué mató a su jefe, éste contesta “porque me han pagado”. La sobria dirección, las gélidas interpretaciones, los escasos diálogos, el inhóspito París por el que vaga Costello, la triste balada de jazz que le acompaña y la fotografía de tonos grises (que en palabras de Melville “es como el blanco y negro, pero en color…”) que envuelve a la cinta terminan de dar forma a una de las obras cumbres de otro maestro olvidado.
Jean Pierre Grumbach, que adoptó el nombre de Melville en la resistencia durante la ocupación nazi de Francia (como homenaje al escritor Hermann Melville), comenzó su andadura cinematográfica con El silencio del mar. Su estética, sus limitados medios y su tono intimista harían que un grupo de críticos, posteriormente cineastas de la Nouvelle Vague, lo ensalzaran, y él se convirtió en una especie de padrino. El montaje interrumpido de Al final de la escapada, ópera prima de Jean-Luc Godard, fue una recomendación de Melville (que además hace un cameo en la cinta), al contarle Godard que su película era demasiado larga. Sus temáticas y su estética lo alejarían de la Nueva ola, movimiento que él mismo terminaría criticando.
Melville tratará en su filmografía dos temas principales: la ocupación francesa por parte de los nazis y la reinterpretación del noir americano.
Al primer grupo pertenecen la ya citada El silencio del mar, que trata la convivencia de un oficial nazi con un anciano y una niña franceses, León Morin, cura; que se centra en la supervivencia de una madre viuda que siente cierta atracción por el sacerdote que da nombre al film, y El ejército de las sombras, obra maestra que radiografiaba el funcionamiento de una célula de la resistencia.
Al segundo grupo pertenecen, en primer lugar, tres obras extrañas dentro de su filmografía, experimentos que terminarán dando lugar a sus obras más carismáticas. Dos hombres en Manhattan, rodada en Nueva York e interpretada por el propio Melville, describe la investigación que realizan dos periodistas para encontrar a un delegado francés de la ONU en Nueva York. El guardaespaldas tiene como protagonista a un boxeador fracasado reconvertido en guardaespaldas de un banquero huído de la justicia durante un viaje a los Estados Unidos. Bob, el jugador, trata de un jugador que ha perdido su suerte, que planea robar un casino con algunos socios, a espaldas de un policía que es su amigo, y mientras salva a una chica de caer en la prostitución y a un ahijado de meterse en problemas. Neil Jordan haría en 2002 un remake de este film llamado El buen ladrón, con Nick Nolte haciendo de Bob, que no está nada mal. Después vendrían sus polares más conseguidos, El confidente (protagonizada por Jean Paul Belmondo), Hasta el último aliento, que trata de un exconvicto (Lino Ventura) que no tiene más remedio que volver a las andadas, El silencio de un hombre, El círculo rojo, que une las vivencias de un exconvicto (Alain Delon), un expolicía y un fugitivo unidos para robar una joyería, y del policía que custodiaba al fugitivo y que va pisándole los talones; y Crónica negra, última película de Melville, que tiene por personajes a una mujer, novia de un ladrón que regenta un bar y que es amigo de un policía, tercero en discordia en un extraño triángulo amoroso.
Hay características comunes en todos sus polares. Todas empiezan con citas o frases que darán una idea de lo que vendrá a continuación. Sus personajes serán siempre antihéroes condenados a un final trágico, con un estricto código de honor. Seres marginados dentro de la sociedad, e incluso dentro del mundo del hampa. Personajes que han han apostado fuerte y han perdido, y cuya existencia carece ya de sentido. Personajes incapaces de mantener una relación amorosa de forma prolongada, pero que a veces gozan de la amistad de alguien, dentro del hampa o fuera, a menudo policías, que no impide que, llegado el momento, lleguen que enfrentarse. Siempre sienten cierta inclinación a la violencia, mostrada en distintas vertientes. Todos visten bajo la estética del noir americano: traje y corbata, gabardina y sombrero (La jungla de asfalto, de John Huston, era su película preferida). Al respecto Melville decía que el sombrero de un hombre que sostiene un arma extendida de alguna manera ayudaba a contrapesar la imagen. Tenía una obsesión por la descripción de los actos delictivos, llevándolo a rodarlos casi a tiempo real (la preparación del asesinato de Costello en El silencio de un hombre, los robos de la joyería de El círculo rojo, el furgón blindado de Hasta el último aliento y el tren de Crónica negra), así como por los escenarios, que se repiten cinta tras cinta. El taller donde Costello cambia sus matrículas aparece también en El círculo rojo, o en El confidente. Siempre aparecen bares en sus películas y casi siempre están regentados por un personaje del film. En El silencio de un hombre un bar de jazz es escenario del crimen. En Bob, el jugador, sirve de lugar de encuentro, El protagonista de Crónica negra regenta un cabaret y en Hasta el último aliento un tirotero que mueve la trama tiene lugar en otra cafetería.
Solía repetir con sus actores: Alan Deloin interpreta, además de El silencio de un hombre, El círculo rojo y Crónica negra. Jean Paul Belmondo actúa en El confidente, El guardaespaldas y en León Morin, cura; y el gran Lino Ventura hace lo propio en Hasta el último aliento y en El ejército de las sombras. También los secundarios se mueven de un film a otro.
No me queda sino recomendar la obra de Melville anteriormente mencionada, y algunas otras películas, A pleno sol de René Clément, primera adaptación al cine de El talento de Mr. Ripley, La piscina de Jack Deray y El otro señor Klein de Joseph Losey, protagonizadas por Alain Delon, Último domicilio conocido, de José Giovanni y Contra todo riesgo, de Claude Sauset, ambas protagonizadas por Lino Ventura, Ascensor para el cadalso de Louis Malle, Pickpocket de Robert Bresson y La evasión de Jacques Becker, y algunas obras de cineastas de la Nouvelle Vague: Al final de la escapada de Jean Luc Godard, La mujer infiel, Al atardecer y El carnicero de Claude Chabrol, y Vivamente el domingo, de François Truffaut.
Le samouräi. 1967. Color. DIRECTOR: Jean-Pierre Melville. GUIONISTA: Jean-Pierre Melville. MONTAJE: Monique Bonnot y Yo Maurette. FOTOGRAFÍA: Henri Decai. MÚSICA: François de Roubaix. INTÉRPRETES: Alain Delon, François Périer, Nathalie Delon, Cathy Rosier, Jacques Leroy, Michel Boisrond, Robert Favart, Jean-Pierre Posier.