viernes, 21 de diciembre de 2012

LA ÚLTIMA MAÑANA DE OTOÑO


Un cuarto oscuro. Una cama de 140 centímetros sin deshacer, y sobre ésta una chaqueta. Un hombre con camisa blanca y corbata negra de punto sentado sobre ella. Los codos sobre las rodillas, la cabeza entre las manos, todo en silencio. Abre el cajón de la mesilla de noche y saca de él una pistola. Un colt 45 automático. Desliza el cañón por la corredera hasta cargar una bala en la recámara y lo suelta. Pone el seguro y se levanta y la guarda en la cintura, dentro de sus pantalones, y coge la chaqueta,  la sacude y se la pone. Sobre el alféizar de la ventana una gata mira con atención cada movimiento del hombre, que se acerca al hueco y abre una de las contraventanas que cubren la carpintería. Detrás hay un patio de vecinos que tiene cuatrocientos años. Las galerías de madera  han conocido tiempos mejores, pero aún se sostienen en torno a un jardín con suelo de albero donde olmos, plataneros y palmeras se ordenan alrededor de una fuente lavadera que ya nadie usa. El cielo está cubierto de nubes y comienza a levantarse viento, se avecina lluvia. La gata se asoma fuera hasta que el hombre abandona el cuarto, después salta del hueco y lo sigue. El pequeño apartamento tiene un pasillo que separa el dormitorio del salón, que incorpora una cocina americana. Junto a la entrada, sobre una silla, una gabardina. El hombre la coge y se la pone. Se abrocha tres de los cuatro botones y se amarra el cinturón. A través de la puerta el hombre mira el agua de lluvia caer contra el albero. Ya no hay silencio, se oye el sonido del agua y el silbido de una cafetera italiana. El hombre se acerca al fogón y lo apaga, echa café en una taza y deja la cafetera dentro del fregadero. Se sienta en la silla junto a la puerta y observa el patio y la lluvia y su reflejo en el cristal, pero no le gusta lo que ve y aparta la mirada hacia la gata, que está sentada en el suelo, junto a él, mirándolo. “Ven”, le dice, y ésta salta sobre su regazo y apoya las patas sobre su pecho. Él la acaricia y la gata se enrosca sobre sí misma y cierra los ojos y ronronea hasta que deja de hacerlo, y después se lame. El hombre se toma su tiempo para acabar el café. Mira su reloj de pulsera, que marca las ocho. Coge a la gata y la deja en el suelo, se levanta y arroja el poso del café por el sumidero del fregadero y enjuaga la taza y la deja junto a la cafetera y vuelve al cuarto. Saca de debajo de la cama una maleta de cuero cerrada con dos hebillas y un porta gatos metálico. Vuelve al salón y los deja junto a la puerta. Saca del bolsillo una llave y la mete en la cerradura y la hace girar. Abre y sale sin la maleta y sin el gato y cierra desde fuera. Vuelve a guardar la llave en su bolsillo y atraviesa la galería hasta las escaleras y baja al patio, y subiéndose el cuello de la gabardina lo atraviesa bajo la lluvia, que arrecia, esa última mañana de otoño.
Ya en la calle cruza la acera y pasa observando cada uno de los coches que hay allí hasta dar con un citröen DS cuya ventanilla no está del todo subida. Mira a un lado y a otro y saca del bolsillo una cuerda con un lazo, la pasa por el hueco del cristal abierto hasta colarlo por el pestillo y tira de los dos extremos de la cuerda hasta subirlo. Abre la puerta y entra dentro y cierra. Mira a su alrededor hasta sentirse seguro y busca bajo el volante. Fuera un anciano camina deprisa. Lleva una gabardina gris que amarrada resalta el tamaño de su barriga y se protege la coronilla del agua de lluvia con un periódico empapado; Al pasar a su lado lo mira, pero el coche ya ha arrancado y el hombre está erguido. No evita mirarlo a los ojos mientras saca un paquete de tabaco negro y un zippo del interior de su gabardina. Se lleva a los labios uno de los cigarrillos y lo enciende. Guarda el mechero y suelta una bocanada de humo que lentamente se arremolina a su alrededor. Suelta el freno de mano y pisa el embrague, mete primera, acelera, vuelve a pisar el embrague y mete segunda y acelera aún más, alejándose calle abajo.
El hombre piensa que aún queda para que la ciudad huela a azahar y que para entonces él ya no estará allí. Hoy sólo percibe el olor de la humedad en la tierra tras mucho tiempo sin llover. Conduce a través de la calle María Auxiliadora y tras ésta por la Ronda de Capuchinos. Se detiene ante un semáforo en rojo. La lluvia es más intensa y se cuela a través de la ventanilla, salpicándolo, pero no la cierra. Exhala la última calada de su cigarro y apaga la colilla en el cenicero enganchado en el salpicadero. Al otro lado de la calle una chica joven corre hasta resguardarse bajo una parada de autobús. Es morena y tiene el pelo largo, lleva un vestido corto y se abraza a sí misma, empapada, y al hombre le recuerda a un amor de juventud. 
La luz verde del semáforo hace algún tiempo que cambió, pero al hombre no le importa. Se observa en el espejo retrovisor, con el ceño fruncido. “Es la última vez”, piensa, “es la última”. Y lo será. No volverá a casa.

lunes, 26 de noviembre de 2012

En busca de una víctima, Ross Macdonald. Fragmento.





Empujé la larga sombra del coche hacia el oeste a través de la planicie; estaba tan agotado que tuve que hacer un esfuerzo de voluntad continuo para seguir apretando el acelerador. A la vista del paso de Tehachapi, sacudí a Bozey hasta despertarlo y presté oído a las indicaciones que farfulló. La carretera secundaria empezaba a la izquierda unos kilómetros más adelante. Bajaba hasta un cañón oculto y se encogía hasta convertirse en una trocha de ganado.

El suelo del cañón estaba bañado en sombras. Cuatro buitres zarrapastrosos volaban en círculo por encima. El ruido de mi motor los hizo ascender velozmente hacia el brillo azulado de las alturas. Ahí donde el lecho seco de un arroyo serpenteaba entre robles achaparrados al pie de una ladera había un descapotable negro.

-Ahí lo tiene -dijo Bozey.

Lo dejé al cuidado del rifle de MacGowan y crucé la gravilla hasta el coche abandonado. No había nada en los asientos delanteros y el maletero estaba cerrado. Un lince había dejado las huellas de sus patas almohadilladas en la polvorienta superficie de la tapa.

Volví a mi coche a buscar una palanca. Desde muy dentro de la grotesca máscara que ahora era su rostro, los ojos de Bozey me seguían con curiosidad.
MacGowan formuló la pregunta con palabras:

-¿No está ahí?

-Voy a forzar el maletero.

Lo hice. Ahí estaba, tumbada con las rodillas dobladas hacia arriba como un niño en una matriz de hierro. Había una insignia de sangre en la pechera de su vestido sin mangas. Faltaba el tacón de uno de sus cómodos zapatos marrones.

Me agaché para mirarle la cara. Los ojos se me llenaron de lágrimas, cegándome casi. No es que ella me importase. Nunca había visto a Anne Meyer más que en una foto, riéndose al sol.

Lo que sentí fue rabia, rabia por la indefensión de los muertos, y la mía propia. En lo alto, los buitres daban vueltas irregulares como enterradores borrachos. El demente ojo rojo del sol asomó por encima del borde del cañón.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Gazpacho western

Lo que sigue es un cortometraje que escribí hace años. Fue, para mí, un antojo cinéfilo: no tuve, en ningún momento, intención de llevarlo a cabo. Bebe de mi nostalgia por aquel cine en el que Clint Eastwood escupía frases contundentes dirigido por un italiano llamado Sergio Leone en el desierto almeriense. Visto hoy ese cine me produce más nostalgia que placer, ya que ahora asocio el western, en mayúsculas, al nombre de gente como John Ford. Ahí queda.


Suenan dos disparos de revólver: abre sobre negro.

l. LLANURA. DÍA

"Algún lugar de la frontera entre Arkansas y Texas. 1865"

Dos pistoleros frente a frente en un llano en medio de la nada que es el desierto. Uno lleva el uniforme de la Unión y unos cubrepantalones rojos. y el otro una camisa blanca, sin cuello, manchada de sudor y de polvo. Y unos pantalones marrones gastados, sujetos por unos tirantes de cuero marrón. Le protege del sol un sombrero de ala ancha y un viejo guardapolvos gris, y sujeta extendido un colt Navy de 1851.
El de la Unión cae de rodillas y se inclina ligeramente hacia delante, aún con el Smith & Weeson en mano. Se le cae el sombrero y rueda por el suelo.
El primer pistolero se acerca lentamente al soldado caído. Suenan el viento y sus espuelas. Mientras camina un leve hilo de sangre sale de un agujero en su camisa. Tiene un disparo en el vientre. El de la Unión levanta la mirada y lo observa mientras se acerca. El pistolero se para a un metro de él.

RED LEG: ¿Quién?

PISTOLERO: Cualquiera.

El soldado levanta el revólver y el otro le agarra la muñeca, desviando el disparo, cuyo eco se funde con el relincho de un caballo herido. Un peso cae muerto fuera de plano. Le suelta el brazo, y el soldado hace afán de volver a disparar. El pistolero le dispara al hombro. Un chorro de sangre vuelve a manchar la arena. Su revólver rueda por el suelo. Una patada en el pecho lo derriba. Intenta arrastrarse, oye como el otro amartilla su arma y se vuelve.

RED LEG: No quiero morir

El pistolero reflexiona, apuntando al otro, y decide des- amartillar su revólver. Lo guarda en el cinto, se da la vuelta y se aleja.

RED LEG: ¡Me comerán los buitres!

PISTOLERO: A mi caballo también.

2. DESIERTO. DÍA

El pistolero camina lentamente por el desierto. El sol aún está muy alto, lo mira y se echa el sombrero hacia delante. Las botas le pesan, se tropieza con cada piedra que se encuentra. La mancha de sangre, poco a poco, se extiende por su camisa. Se echa la mano al bajo vientre.

Corta a:

El horizonte se funde con el agrio paisaje una casa vieja, a la que el pistolero se acerca.

3. TERRAZA DE LA CASA. DÍA

Un anciano se asoma por la puerta de su casa. Sale a la marquesina con una taza de café en la mano. Sorbe un trago mientras mira el horizonte. Viste unos pantalones con unos tirantes colgando, y una camiseta interior. Lleva barba de varios días y arrastra una cojera. Se oye el crujir de madera contra madera, y al girarse se encuentra al pistolero balanceándose en una vieja mecedora. El guardapolvos le cubre la herida, pero no la mancha que se extiende por la camisa. El hombre la mira y se encuentra con la mirada del otro. Sorbe otro trago, mientras cavila.

ANCIANO: ¿Lo has hecho?

El balanceo asiente por él.

ANCIANO: Pasemos dentro, te daré un vaso
de agua.

4. CASA. DIA

Pasan dentro.

ANCIANO: Siéntate, ahora vengo.

El salón está presidido por una enorme bandera confederada. Se sienta en una vieja silla de madera con posabrazos delante de un viejo escritorio con papeles y una primitiva máquina de escribir. La casa es grande, pero parece vacía. Una vieja fotografía muestra al anciano junto a una joven y dos niños.

El viejo echa agua de una jarra en una taza y vuelve al salón. El pistolero está tirado en la silla con el abrigo abierto. dejando ver su herida y su colt. Tiene la mano izquierda en un bolsillo del abrigo, y la otra sobre la pierna. Encima de la culata del revólver. El anciano se acerca y le da la taza. La coge con la mano derecha y mira dentro, el agua tiene una textura marrón. Bebe un trago.
El anciano se sienta tras el escritorio.

ANCIANO: ¿Te dijo algo?

PISTOLERO: ¿Que te interesase a ti?

ANCIANO: Cualquier cosa

PISTOLERO: Nada que te importe. Dame lo acordado.

ANCIANO: Enseguida...

Termina su café y deja la taza en una esquina del escritorio. Se dispone a abrir un cajón.

ANCIANO: 1000 dólares, ¿no?

El pistolero asiente con la cabeza. El viejo señala con la mirada su herida.

ANCIANO: Veo que estás jodido...

En el cajón junto al dinero guarda un viejo colt, que agarra y amartilla y extiende en un abrir y cerrar de ojos:

PISTOLERO:No menos que tú...
Saca la mano del bolsillo y comienza a tirar al suelo balas, una a una, hasta seis. El viejo mira su revólver y mira las balas. Se tira al suelo lo más rápido que puede intentando coger una, gritando:

ANCIANO: ¡Bastardo!

Mientras el viejo intenta alcanzar una, el “pistolieri” suelta la taza y agarra su revólver, lo amartilla y dispara. Un chorro de sangre salta de la parte superior de la cabeza del viejo y cae sobre una alfombra, a la vez que el viejo y que la taza, rompiéndose y derramando el agua marrón por el suelo. 

El pistolero se levanta con cierta dificultad, enfunda su revólver y pasa por encima del muerto para llegar al escritorio, donde se sienta. Coge la bolsa con el dinero del cajón y lo pone encima de la mesa. Se asoma dentro. Coloca uno de los folios que hay allí en la máquina y escribe algo.


Corta a:

Sale del granero anexo a la casa con un caballo. Se monta en él. Lleva un folio escrito en la mano, que dobla y guarda en un bolsillo interior del guardapolvo. Sale de plano

5.EXTERIOR. DÍA

Llega a caballo a un llano bajo un árbol dificultad, saca una pala del petate amarrado al caballo y cava un hoyo de un metro. Introduce el saco con el dinero, y comienza a taparlo.

Corta a:

Descansa sentado bajo el árbol un momento, bebe agua de su cantimplora y se levanta. Monta a caballo y se aleja.

6. EXTERIOR WESTERN UNION. DÍA

El pistolero se baja del caballo como puede. Amarra el caballo a una baranda. Está muy blanco y tiene ojeras. Cruza la calle y se dirige a un edificio de correos.

Corta a:

7. LADERA. ATARDECER

El pistolero cabalga lentamente, ladeado, desviándose de la normal. El sol está a punto de ponerse. Descuelga su cantimplora de la montura y bebe un poco. Se levanta el cuello del guardapolvos intentando alejar el frío. Ya apenas pierde sangre. El revólver a la cintura le molesta, así que se lo quita y lo enrosca en la silla. Se le cae el sombrero, pero no lo recoge. Se echa la mano al vientre, y con una mueca, se dobla sobre sí mismo, apoyando la cabeza en el saliente de la montura.

(Plano general)

El jinete cae del caballo y el día llega a su fin. La imagen se funde en negro.

8. INTERIOR VIVIENDA. DÍA

Abre de negro:


Un buzón de madera en primer plano. En segundo plano unos niños juegan en un jardín donde hay flores de cáctus. En tercer plano una casa destartalada. Alguien echa una carta al buzón. Los niños gritan emocionados a su madre.

NIÑOS: ¡Una carta, mamá!

A través de una panorámica vemos el resto de la escena: una mujer muy joven, delgada, demacrada y pálida, sentada en una mecedora en la marquesina de una casa hecha pedazos mirando al horizonte. Su ropa raída. Se levanta por la carta, preocupada. Llega al buzón, la recoge y abre el sobre.

Los créditos aparecen sobre negro. 
Marzo de 2008.

martes, 11 de octubre de 2011

Conduce hacia la oscuridad.


Driver conduce coches durante atracos. Sólo conduce. No sabe de armas ni tiene que ver con los robos. Como tapadera trabaja en un taller y es extra de escenas de riesgo en Hollywood. Vive en un barrio deprimido a las afueras de L.A. y lleva su vida como si fuese un monje o un samurái. Un día rompe su política de no meterse donde no le llaman y entabla una extraña relación con su vecina de al lado y el hijo de ésta, que se complicará cuando el marido de la chica salga de la cárcel: le debe dinero a unos tipos que intentan obligarlo a dar un último golpe, y Driver los ayudará.  El atraco sale mal y pronto descubre que había sido planeado para que saliera de esa manera, y caerá en una espiral de violencia de trágicas consecuencias. 

Drive adapta una novela de un tal James Sallis al que no he tenido el placer de leer. Y tiene todos los ingredientes del noir: un héroe en claroscuros, sin pasado, con un férreo código moral, conduciendo hacia la oscuridad en una ciudad aún más oscura, habitada por tipos viles que juegan a dos bandas, sin honor ni palabra, o por perdedores; entregado para salvar a una chica y su hijo, únicos personajes puros, verdaderos merecedores de una única posible salvación en esta historia.
El reparto es todo un lujo. Lo encabeza Ryan Gosling, que se está ganando a pulso ser de lo mejor que ha dado la industria hollywoodense en años -consigue que quieras llevar una chupa con un escorpión a la espalda y un palillo entre los dientes, que no es poco-,  Carey Mulligan -magnífica en An education-, Ron Perlman, Christina Hendricks -Joan Holloway en esa obra maestra de la televisión que es Mad Men- y el genial Brian Cranston -protagonista de Breaking Bad, que no tiene nada que envidiarle a Mad Men-.

Del director no se nada. Se llama Nicolas Winding Refn, es danés y éste es su debut en EEUU. Con esta cinta ha ganado en Cannes la palma de oro al mejor director y lleva ya un tiempo haciendo cine. Habrá que echarle un ojo. Planifica con estilo alejándose de la tónica recurrente en Hollywood, no es nada exhibicionista, consigue un ritmo propio de un coche de carreras y sabe elegir bien sus referencias cinematográficas, consiguiendo englobarlas en la película sin que ninguna pieza chirríe. Una de éstas referencias es Le samouraï. Ryan Gosling interpreta su personaje con el hieratismo que hizo eterno el personaje que interpretó Alain Delon en la película de Melville, y como Jef Costello, Driver tiene un férreo código moral que rige su día a día. También pone un ojo en The driver, de Walter Hill, que tiene un argumento en la línea: un chófer para atracadores, sin nombre ni pasado, es acosado por un policía que intenta cazarlo a toda costa. Si esto lo aderezas con música pop de los ’80, violencia -puntual y muy bien concentrada- heredada del cine coreano más reciente, persecucines muy bien rodadas, una fotografía sórdida y una historia de amor platónica, tienes una de las mejores películas del 2011. 

Drive. 2011. 100 min. Thriller. Noir. Drama. Color. DIRECTOR: Nicolas Winding Refn. GUIONISTA: Hossein Amini. MONTAJE: Matthew Newman. FOTOGRAFÍA:Newton Thomas Sigel. MÚSICA: Cliff Martinez. INTÉRPRETES: Ryan Gosling, Carey Mulligan, Bryan Cranston, Albert Brooks, Oscar Isaac, Christina Hendricks, Ron Perlman.

No habrá paz, dijo mi Dios, para los malvados. Isaías, LVII , 21.

De ésta cita bíblica se saca Urbizu el título de su última película, No habrá paz para los malvados; una película a medio camino entre el noir y el western, con un regusto amargo e irónico de Taxi Driver y una ambientación anclada en nuestra historia reciente. La protagoniza un inconmensurable José Coronado, que interpreta a Santos Trinidad, un policía que, en palabras de Urbizu, "avanza en linea recta hacia la perdición". Viste botas de cowboy y chupa de cuero, usa zippo y revolver, y  busca algún bar abierto cuando los demás han cerrado. Una noche pierde el control y termina disparando a quemarropa a tres personas, y apunto está de dispararle a un cuarto.


Con éste punto de partida, el thriller deriva en dos vertientes: la primera sigue a Santos, que viendose atrapado, investiga quiénes eran sus victimas para dar con el hombre que escapó aquella noche y que puede relacionarlo con la masacre; la segunda, la de un policia judicial y una juez de instrucción que investigan el triple homicidio. Como no, ambos caminos -casuales y causales- se van acercando en una encrucijada narrativa propia del mejor Melville (El círculo rojo) o del mejor Mann (Heat).


El sórdido Madrid transitado por Santos y hasta el aire que se respira es propio del noir. De Santos Trinidad se nos dan los suficientes apuntes para saber que su pasado brillante terminó dando paso a una corrupción moral más debida a la sociedad en la que se mueve que a sí mismo. Las escenas de acción (concentradas y muy bien situadas, al mejor estilo Melville) son puro western.
Enrique Urbizu no es nuevo en esto del thriller. En La caja 507 supo ver antes que nadie qué se cocía en las gerencias de urbanismo de los ayuntamientos de la Costa del Sol; y que tal argumento podía mezclarse con el mejor Scorsese. La película la protagonizaba Antonio Resines, personaje con principios en busca de venganza que terminará perdido al intentar moverse en un ambiente corrupto cuyas reglas no conoce y cuyas consecuencias son incapaces de prever.

No habrá paz para los malvados. 2011. 104 min. Color. Produce: Lazonafilms y Telecinco cinema. Director: Enfique Urbizu. Guión: Michel Gaztambide y Enrique Urbizu. Música: Mario de Benito. Fotografía: Unax Mendía. Edición: Pablo Blanco. Reparto: José Coronado, Rodolfo Sancho, Helena Miguel, Juanjo Artero, Pedro María Sánchez, Nadia Casado, Younes Bachir, Karim El Kerem.

viernes, 29 de octubre de 2010

ATRAPADO POR LA SOLEDAD O EL SILENCIO DE UN HOMBRE.


Para los amantes del cine negro que no sepan qué es el polar, es la reinterpretación que se hizo en Francia del noir americano. Tuvo su auge desde finales de los 50 hasta principio de los 70, época en la que el género se devaluaría y daría paso a policíacos bastante simples.
“No hay soledad más profunda que la del samurái, salvo un tigre en la selva, tal vez…”
Bushido
Así reza el rótulo al comienzo de “Le samouraï”, (en España El silencio de un hombre), obra cumbre del Jean-Pierre Melville que da título a este blog, film clave dentro del polar francés; sobreimpresa en un fotograma: un plano general de una habitación cochambrosa, escasa de muebles, con un espejo que siempre devuelve la misma mirada vacía, dos ventanas que se asoman a una calle donde pueden verse, si uno presta atención, escaleras de incendios de esas que abundan en Nueva York pero que no existen en el París en el que transcurre la película; donde hay un canario encerrado en una jaula con un cantar triste y una cama individual en la que Alain Delon, alias Jeff Costello, fuma un cigarrillo. 
Jeff Costello, ese samurái sin dueño atrapado por la soledad, vende su revólver al mejor postor. Es meticuloso: Conduce coches robados, que lleva a que un mecánico clandestino cambie sus matrículas. Se agencia un revolver nuevo para cada trabajo y se deshace de él cuando termina. Elabora coartadas imposibles de desarmar por la policía. Vive sólo y tiene una relación difícil de definir con una mujer (aparentemente) casada.
Tras matar al dueño de un bar de jazz la policía lo detiene como sospechoso y lo sueltan al no poder desmontar su coartada. Pero los que le encargaron el trabajo no creen que estén seguros al haber sido detenido y éste queda atrapado entre ambos bandos.

El círculo rojo, también obra de Melville, comenzaba con un rótulo que decía algo así como que si dos personas estaban destinadas a encontrarse, siguieran el camino que siguieran terminarían haciéndolo. En El silencio de un hombre el destino también juega un papel importante: Los personajes avanzan hacia un único final posible marcado de antemano, del que parece que los personajes son conscientes desde el principio. Los pocos diálogos, contundentes, dan buena muestra de ello. Ante la pregunta de si cree que Jeff Costello es culpable, el jefe de policía responde “yo no pienso”. A la pregunta de la pianista a Jeff de por qué mató a su jefe, éste contesta “porque me han pagado”. La sobria dirección, las gélidas interpretaciones, los escasos diálogos, el inhóspito París por el que vaga Costello, la triste balada de jazz que le acompaña y la fotografía de tonos grises (que en palabras de Melville “es como el blanco y negro, pero en color…”) que envuelve a la cinta terminan de dar forma a una de las obras cumbres de otro maestro olvidado.
Jean Pierre Grumbach, que adoptó el nombre de Melville en la resistencia durante la ocupación nazi de Francia (como homenaje al escritor Hermann Melville), comenzó su andadura cinematográfica con El silencio del mar. Su estética, sus limitados medios y su tono intimista harían que un grupo de críticos, posteriormente cineastas de la Nouvelle Vague, lo ensalzaran, y él se convirtió en una especie de padrino. El montaje interrumpido de Al final de la escapada, ópera prima de Jean-Luc Godard, fue una recomendación de Melville (que además hace un cameo en la cinta), al contarle Godard que su película era demasiado larga. Sus temáticas y su estética lo alejarían de la Nueva ola, movimiento que él mismo terminaría criticando.
Melville tratará en su filmografía dos temas principales: la ocupación francesa por parte de los nazis y la reinterpretación del noir americano.
Al primer grupo pertenecen la ya citada El silencio del mar, que trata la convivencia de un oficial nazi con un anciano y una niña franceses, León Morin, cura; que se centra en la supervivencia de una madre viuda que siente cierta atracción por el sacerdote que da nombre al film, y El ejército de las sombras, obra maestra que radiografiaba el funcionamiento de una célula de la resistencia.
Al segundo grupo pertenecen, en primer lugar, tres obras extrañas dentro de su filmografía, experimentos que terminarán dando lugar a sus obras más carismáticas. Dos hombres en Manhattan, rodada en Nueva York e interpretada por el propio Melville, describe la investigación que realizan dos periodistas para encontrar a un delegado francés de la ONU en Nueva York. El guardaespaldas tiene como protagonista a un boxeador fracasado reconvertido en guardaespaldas de un banquero huído de la justicia durante un viaje a los Estados Unidos. Bob, el jugador, trata de un jugador que ha perdido su suerte, que planea robar un casino con algunos socios, a espaldas de un policía que es su amigo, y mientras salva a una chica de caer en la prostitución y a un ahijado de meterse en problemas. Neil Jordan haría en 2002 un remake de este film llamado El buen ladrón, con Nick Nolte haciendo de Bob, que no está nada mal. Después vendrían sus polares más conseguidos, El confidente (protagonizada por Jean Paul Belmondo), Hasta el último aliento, que trata de un exconvicto (Lino Ventura) que no tiene más remedio que volver a las andadas, El silencio de un hombre, El círculo rojo, que une las vivencias de un exconvicto (Alain Delon), un expolicía y un fugitivo unidos para robar una joyería, y del policía que custodiaba al fugitivo y que va pisándole los talones; y Crónica negra, última película de Melville, que tiene por personajes a una mujer, novia de un ladrón que regenta un bar y que es amigo de un policía, tercero en discordia en un extraño triángulo amoroso. 
Hay características comunes en todos sus polares. Todas empiezan con citas o frases que darán una idea de lo que vendrá a continuación. Sus personajes serán siempre antihéroes condenados a un final trágico, con un estricto código de honor. Seres marginados dentro de la sociedad, e incluso dentro del mundo del hampa. Personajes que han han apostado fuerte y han perdido, y cuya existencia carece ya de sentido. Personajes incapaces de mantener una relación amorosa de forma prolongada, pero que a veces gozan de la amistad de alguien, dentro del hampa o fuera, a menudo policías, que no impide que, llegado el momento, lleguen que enfrentarse. Siempre sienten cierta inclinación a la violencia, mostrada en distintas vertientes. Todos visten bajo la estética del noir americano: traje y corbata, gabardina y sombrero (La jungla de asfalto, de John Huston, era su película preferida). Al respecto Melville decía que el sombrero de un hombre que sostiene un arma extendida de alguna manera ayudaba a contrapesar la imagen. Tenía una obsesión por la descripción de los actos delictivos, llevándolo a rodarlos casi a tiempo real (la preparación del asesinato de Costello en El silencio de un hombre, los robos de la joyería de El círculo rojo, el furgón blindado de Hasta el último aliento y el tren de Crónica negra), así como por los escenarios, que se repiten cinta tras cinta. El taller donde Costello cambia sus matrículas aparece también en El círculo rojo, o en El confidente. Siempre aparecen bares en sus películas y casi siempre están regentados por un personaje del film. En El silencio de un hombre un bar de jazz es escenario del crimen. En Bob, el jugador, sirve de lugar de encuentro, El protagonista de Crónica negra regenta un cabaret y en Hasta el último aliento un tirotero que mueve la trama tiene lugar en otra cafetería. 
Solía repetir con sus actores: Alan Deloin interpreta, además de El silencio de un hombre, El círculo rojo y Crónica negra. Jean Paul Belmondo actúa en El confidente, El guardaespaldas y en León Morin, cura; y el gran Lino Ventura hace lo propio en Hasta el último aliento y en El ejército de las sombras. También los secundarios se mueven de un film a otro.
No me queda sino recomendar la obra de Melville anteriormente mencionada, y algunas otras películas, A pleno sol de René Clément, primera adaptación al cine de El talento de Mr. Ripley, La piscina de Jack Deray y El otro señor Klein de Joseph Losey, protagonizadas por Alain Delon, Último domicilio conocido, de José Giovanni y Contra todo riesgo, de Claude Sauset, ambas protagonizadas por Lino Ventura, Ascensor para el cadalso de Louis Malle, Pickpocket de Robert Bresson y La evasión de Jacques Becker, y algunas obras de cineastas de la Nouvelle Vague: Al final de la escapada de Jean Luc Godard, La mujer infiel, Al atardecer y El carnicero de Claude Chabrol, y Vivamente el domingo, de François Truffaut.

Le samouräi. 1967. Color. DIRECTOR: Jean-Pierre Melville. GUIONISTA: Jean-Pierre Melville. MONTAJE: Monique Bonnot y Yo Maurette. FOTOGRAFÍA: Henri Decai. MÚSICA: François de Roubaix. INTÉRPRETES: Alain Delon, François Périer, Nathalie Delon, Cathy Rosier, Jacques Leroy, Michel Boisrond, Robert Favart, Jean-Pierre Posier.

PAUL NEWMAN IS HARPER


Hace poco leía 100 recomendaciones de Martin Scorsese, que él llamaba 50 placeres culpables y 50 placeres no culpables, o lo que es lo mismo, 50 películas geniales y 50 que, sin serlo, tenían algo que las hacían disfrutables.
Harper es uno de los placeres culpables interpretados por Newman, como lo son Los indeseables, El juez de la horca o El castañazo. Tiene el aroma del cine negro de los 40 (Bebe de El sueño eterno de Howard Hawks o El halcón maltés de John Huston) pero revisado, actualizado. No es tan buena como la reinterpretación que hizo Polansky del género en Chinatown (de la que algún día escribiré porque es de mis películas favoritas) pero si es mejor que El largo adiós de Robert Altman, que adaptó al cine la novela de Raymond Chandler, llevando a los 60 a un personaje que en la gran pantalla inmortalizó Bogart en El sueño eterno.
Hay que empezar diciendo que Jack Smight, director de Harper, no es Roman Polansky, y que el peso de la película recae, por un lado, en el guión de William Goldman (que más tarde escribirá Dos hombres y un destino) y por otro, en la carismática actuación de Paul Newman.
¿Quién es Harper? Lew Harper es un hombre que por las mañanas, cuando suena el despertador, ya está despierto, porque no puede dormir. Que necesita lavarse la cara con agua mezclada con cubitos de hielo para disimular las ojeras. Que hace café con un filtro usado porque ha olvidado comprar unos nuevos. Que mastica chicle en vez de fumar tabaco y que no bebe antes de almorzar. Lew Harper un detective privado que se pasa día tras día espiando a adúlteros en sucias habitaciones de hotel, y que se encuentra ante sí un gran caso y no quiere dejarlo cueste lo que le cueste, porque le hace sentir vivo. Que está divorciándose de su mujer, Janet Leigh (aquella que moría en la ducha en Psicosis) y que es propenso a inventarse personalidades (delirantes) con las que recabar información de las personas que él considera sospechosos y a recibir golpes de todo bicho viviente hasta decir basta.
A través de un amigo abogado le llega el encargo de investigar la desaparición de su cliente, un multimillonario de Los Ángeles propenso a emborracharse y regalar montañas. Su mujer (Lauren Bacall) es una arpía cuya ambición es vivir más que su marido, su hija, enamorada del piloto de la familia, parece ser la elegida por su padre para casarse con el abogado, amigo de Harper, y todos parecen a priori sospechosos de la desaparición. La trama está llena de giros inesperados, como manda la tradición del noir, pero el ambiente, la música, e incluso el humor, son muy de la década de los 60. 
Los diálogos son geniales. Cuando, tras ser atropellado, alguien le pregunta si está bien, Harper responde “si, sólo estoy cansado de oír esa pregunta”, o cuando Harper va con la hija del desaparecido a ver a un gurú al que su padre regaló una montaña, ella le pregunta: “¿Por qué va tan rápido, Harper?, ¿Es que intenta impresionarme? Y él responde “Tu forma de empezar una conversación impide continuar esa conversación”, tras lo cual ella pregunta “¿Por qué su mujer intenta separarse de usted?, y él vuelve a contestarle “tu forma de empezar una conversación impide continuar esa conversación”.  O aquella otra en la que llama a su (todavía) mujer haciéndose pasar por otro diciéndole que ha ganado unas clases de baile gratis para impresionar a su marido. La palma se la lleva la secuencia en que Harper vuelve a casa de Janet Leigh herido tras recibir una paliza y ella le abre la puerta y le pregunta ¿Qué haces aquí? Y él responde “Tengo frío”, y ella le pregunta “¿Qué quieres de mí?” Y él responde “Alguna palabra amable”, tras lo cual ella, que lo conoce, le espeta “¿Y qué más?” Que él responde con un “todo lo que pueda conseguir”.

Al parecer Paul Newman decía que le daba suerte la letra H, e hizo que el guionista cambiara el nombre del personaje, Lew Archer, por otro que empezara en H, y que ese fuera el título de la película.  Leyenda o no lo cierto es que algunas de sus mejores interpretaciones están en películas que llevan la H en el título: The Hustler (El buscavidas), Hud, Cool Hand Luke (La leyenda del indomable),  Hombre, The Hudsucker proxy (El gran salto). Otras curiosidades son que el coche que lleva lo eligió el propio Newman, y que tengo unas gafas de sol iguales que las que lleva durante los créditos mientras conduce por una autopista de L.A. Newman volverá a meterse en la piel de Lew Harper diez años después en Con el agua al cuello, junto a su mujer Joanne Woodward y a una Melanie Griffith muy joven, y en los 90 interpretará una vez más a otro detective en Al caer el sol, una película de Robert Benton  (director de Ni un pelo de tonto) con Susan Sarandon y Gene Hackman.

Harper. 1966. Color. PRODUCTOR: Jerry Gershwin y Elliott Kastner. DIRECTOR: Jack Smight. GUIONISTA: William Goldman. FOTOGRAFÍA: Conrad Hill. MÚSICA: John Mandel. INTÉRPRETES: Paul Newman, Lauren Bacall, Julie Harris, Shelley Winters, Robert Wagner, Janet Leight, Arthur Hill, Pamela Tiffin, Robert Webber.