El título de este blog es un homenaje al cineasta francés Jean Pierre Melville, maestro olvidado del cine polar.
lunes, 26 de noviembre de 2012
En busca de una víctima, Ross Macdonald. Fragmento.
Empujé la larga sombra del coche hacia el oeste a través de la planicie; estaba tan agotado que tuve que hacer un esfuerzo de voluntad continuo para seguir apretando el acelerador. A la vista del paso de Tehachapi, sacudí a Bozey hasta despertarlo y presté oído a las indicaciones que farfulló. La carretera secundaria empezaba a la izquierda unos kilómetros más adelante. Bajaba hasta un cañón oculto y se encogía hasta convertirse en una trocha de ganado.
El suelo del cañón estaba bañado en sombras. Cuatro buitres zarrapastrosos volaban en círculo por encima. El ruido de mi motor los hizo ascender velozmente hacia el brillo azulado de las alturas. Ahí donde el lecho seco de un arroyo serpenteaba entre robles achaparrados al pie de una ladera había un descapotable negro.
-Ahí lo tiene -dijo Bozey.
Lo dejé al cuidado del rifle de MacGowan y crucé la gravilla hasta el coche abandonado. No había nada en los asientos delanteros y el maletero estaba cerrado. Un lince había dejado las huellas de sus patas almohadilladas en la polvorienta superficie de la tapa.
Volví a mi coche a buscar una palanca. Desde muy dentro de la grotesca máscara que ahora era su rostro, los ojos de Bozey me seguían con curiosidad.
MacGowan formuló la pregunta con palabras:
-¿No está ahí?
-Voy a forzar el maletero.
Lo hice. Ahí estaba, tumbada con las rodillas dobladas hacia arriba como un niño en una matriz de hierro. Había una insignia de sangre en la pechera de su vestido sin mangas. Faltaba el tacón de uno de sus cómodos zapatos marrones.
Me agaché para mirarle la cara. Los ojos se me llenaron de lágrimas, cegándome casi. No es que ella me importase. Nunca había visto a Anne Meyer más que en una foto, riéndose al sol.
Lo que sentí fue rabia, rabia por la indefensión de los muertos, y la mía propia. En lo alto, los buitres daban vueltas irregulares como enterradores borrachos. El demente ojo rojo del sol asomó por encima del borde del cañón.
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